viernes, 20 de junio de 2008

Muere Cyd Charisse, la Cara B


AFP/AP
En 1957 protagonizó junto a Fred Astaire «Medias de seda»
POR E. RODRÍGUEZ MARCHANTE
BARCELONA. No nos enteramos del verdadero nombre de las estrellas de Hollywood hasta el día de su necrológica. Cyd Charisse era, en realidad, Tula Ellice Flinkea, que dicho al pronto quita las ganas de bailar. Los argumentos artísticos de Cyd Charisse fueron, en un principio, clásicos (incluso formó parte del ballet ruso de Sergei Diaghilev), aunque enseguida se tornaron muy modernos gracias a las dos piernas que sustentaban su danza. Las piernas de Cyd Charisse sólo encontraron cotejo con las de Marlene Dietrich y con ellas -piernas y danza- consiguió situarse en ese lugar tan difícil de mirar y admirar que es justo al lado de Fred Astaire o de Gene Kelly en una pista de baile.
Sus pasos por el cine siempre fueron rítmicos, y en su filmografía tiene una pequeña pero sustanciosa colección de obras de arte del musical. Su nombre, o sea, el de Cyd Charisse, está en algunos de los mejores musicales de la historia. Su gran década fue la de los cincuenta, cuando trabajó en la Metro Goldwyn Mayer, al son del rugido del león. Allí elaboró pronto y demostró varias teorías sobre el musical, como ésa que proclama que más vale un buen número que una mala letra. Su historial está lleno de películas, sí, pero especialmente de números, como el breve de «Cantando bajo la lluvia» («Broadway melody»), o los de «Melodías de Boradway»...
Como llegó una década después de la época dorada del musical, Cyd Charisse tuvo que pisar donde otros, pero sobre todo otras, lo habían hecho, y bordar ese difícil ejercicio de la secuela: por ejemplo en películas como «Siempre hace buen tiempo», de Stanley Donen y Gene Kelly, donde se retomaba el espíritu alegre y jovial de «Un día en Nueva York»; o como en esa otra titulada «La bella de Moscú», de Rouben Mamoulian, en la que se jugaba con esa vieja y divertida idea de la mujer «Ninotchka», la rígida, fría e imperturbable soviética que tiene una misión: convertir a Fred Astaire..., ante la mirada de ojos gordos de un irrepetible Peter Lorre en el papel del que no baila. Probablemente sea «Brigadoon», esa película mágica de Vincente Minelli, la que deja para los futuros ojos a la Cyd Charisse más encantadora y más briosa, empujada por el ímpetu de Gene Kelly y de un sorprendente Van Johnson.
En 1956 protagonizó «Viva Las Vegas», en la que ella, sin Astaire o Kelly, era la flecha de la brújula, y que dirigida por Roy Rowland no sólo resultó fascinante en sus números musicales, sino como actriz en el interior de un personaje que resulta vagamente parecido al que en ese mismo año interpretó Marilyn Monroe en «Bus Stop».Probablemente el árbol de sus piernas nos impidió ver con rotundidad el bosque de su talento, y durante demasiado tiempo fue sólo la Cara B de Fred Astaire, a falta de Ginger.

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