miércoles, 16 de julio de 2008

No se puede parar el ritmo

Divierte el musical sobre la chica gordita que quiere triunfar en la tele e integrar a los negros en una sociedad racista.
Por: Pablo O. Scholz
No es una obra política ni mucho menos, pero la integración de blancos, gordos y negros en una sociedad segregacionista como la de Baltimore por 1962 es un tema en Hairspray, el musical que debutó en el Astral con un atractivo despliegue de producción, un vestuario que es un lujo y actuaciones que se destacan sobre otras. Hairspray es el musical de Buen día Baltimore, Mami, que soy grande ya, Bienvenida a los sesenta, Sin amor, No puedo parar el ritmo. Y no hay muchas comedias musicales con tantos hits, uno tras otro. Es, de los musicales importados de Broadway que se han visto aquí, junto con Chicago, el más parejo en cuanto a ritmo: empieza alto con Buen día Baltimore y de allí no tendrá oportunidad para decaer jamás. La estructura se asienta en las 18 canciones (y algunos reprises), apuntes genéricos en el medio sobre cómo son los personajes, bien en blanco y negro, con pocos matices de grises. No va a revolucionar nada, pero es tan efectivo que uno se queda con ganas de más.La historia, que adapta el filme de John Waters del mismo título, y que tras ganar ocho Tony en Broadway llegó al cine el año pasado con John Travolta como Edna, sigue a Tracy, una joven excedida de peso que sueña con bailar en un show televisivo. Y cuando se abre una vacante, hará todo para poder ser elegida, aunque la malvada Barbie (Josefina Scaglione) —gran candidata para ser la Señorita Pelo duro, el spray que auspicia el programa— y su madre Velma (Patricia Echegoyen, muchísimo más cómoda que en Cabaret) hagan todo para impedírselo.Adaptar con éxito un musical de la avenida Broadway a la avenida Corrientes no es difícil (aunque aquí hubo ejemplos, como Cats) si se siguen la coordinadas precisas y universales. Porque Hairspray habla preferentemente de aceptar e integrar las diferencias. Y Ricky Pashkus, desde la dirección general, ha sabido imprimirle ese timing para que aquel ritmo del comienzo se mantenga en las más de dos horas que dura el show.Si las puestas son parecidas, las diferencias las hacen las actuaciones. Y Vanesa Butera se sabe los mohínes y los pasos de Tracy, como que lo viene ensayando desde la época del casting. No es lo mismo el gancho de ver a un Travolta disfrazado de mujer que a un Enrique Pinti con toques amanerados —que no los tiene tantos—. Y si Travolta bailando No puedo parar el ritmo era una situación comiquísima, el actor argentino hace su fuerte desde la interpretación de los textos antes que de los pasos de baile.Entre las diferencias (ver Versiones...) aparece Laura Oliva en tres personajes y se gana, merecida, una gran ovación. Y no está el acto de seducción de la madre de Amber al padre de Tracy que veíamos en la película. Aquí, en el papel que le calzaba a Christopher Walken, Salo Pasik, que tan bien estaba en Chicago, no logra otra cosa que acompañar. A Deborah Dixon (Garganta veloz) se la nota atada, como si no supiera cómo actuar, y no recitar.Desde la música, Marc Shaiman rinde homenaje a los musicales de los ''50. La escenografía de la puesta local combina un poco la caricatura y el dibujo animado con fugas expresionistas y algo pop.Hairspray, en fin, seduce desde lo universal de su propuesta, sus twists y rythm and blues y ofrece un espectáculo divertido por más de dos horas para todo público.-

No hay comentarios.: