lunes, 11 de enero de 2010

Cine: “Nine”: La vuelta del musical


Jorge Zavaleta Balarezo (Desde Pittsburgh, Estados Unidos. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)


Rob Marshall, quien dirigió la oscarizada “Chicago”, ha llevado a la pantalla otro musical de Broadway acerca de los delirios, sueños, fantasías y conflictos de un director en una evidente remembranza de aquellos permanentes bordes que recorría Marcello Mastroianni en la célebre “Ocho y medio”, del maestro Fellini.

El resultado es un competente producto, que desde el título homenajea a su referente más próximo. En “Nine”, el director perturbado (Daniel Day Lewis), incluso por compartir su vida entre su esposa (Marion Cotillard) y su amante (Penélope Cruz, quien hace un sensual número de antología), se enfrenta a la realización de una película llamada “Italia”, que se supone será más frondosa y espectacular que los anteriores logros o fracasos del cineasta.

Este es el pretexto para mostrar la casi mítica Italia de los años 60 (y sirva el tema para evocar la inolvidable “Il sorpasso”, de Dino Risi, u otro referente mayúsculo, “La dolce vita”), el frenesí de las actrices y los paparazzis y la enorme importancia de los estudios Cinecittà.


Pues bien, este es el entorno, el marco en que se desarrolla “Nine”, un musical que también deja lucir la bienvenida belleza de Nicole Kidman o que muestra en una moderna coreografía, a la manera de un vídeoclip, a una muy guapa Kate Hudson. Y, hay que decirlo, este es un tributo al cine italiano clásico, que incluso podría rastrearse en una película de Fellini llamada “La ciudad de las mujeres”, alegato y portaestandarte feminista de comienzos de los años 80. Y “Nine” es un tributo también porque nos trae de regreso a la diva máxima Sophia Loren, en breves pero sólidas apariciones.

Considerando que se está llevando un musical a la pantalla, con los cambios de código y lenguaje que ello implica, habría que entender que “Nine” encuentra sus instantes más gloriosos, obviamente, en las coreografías, en los lucimientos de las bailarinas y modelos, en las repentinas modificaciones de los escenarios. Ello nos lleva a constatar que el director Rob Marshall, formado él mismo en Broadway, ha aprendido la técnica para deslumbrar en el cine. Por eso cada número musical, cada demostración de talento artístico, cada historia o ensoñación de las protagonistas es presentada de manera luminosa, vibrante, llena de colorido, expresada por contrastes de luces y ánimos.


Marshall logra incluso un film más completo y acabado que “Chicago”, pues suma a los logros del musical la propia muestra de subjetividad y enajenamiento del cineasta a quien convierte en el epicentro de su historia. Y, sí, la película alterna muy bien los momentos de crisis personal, incluso los recuerdos de la infancia (con “flashbacks” que evocan muestras del neorrealismo), con instantes en los que el fulgor del espectáculo termina imponiéndose, incluso agresivamente, como en ese provocador acto de striptease que protagoniza Marion Cotillard.

Marshall ha logrado una producción “global”, gracias a un guión que se esmera en su natural desmesura, que en las idas y venidas de Daniel Day Lewis, el cineasta preocupado y hastiado, refleja, por supuesto a la manera hollywoodense, los propios “demonios” que Fellini trasmitía en su “Ocho y medio” y sus momentos más delirantes. Se dirá que este no es más que un esfuerzo mediocre y comercial por evocar un momento cumbre del cine mundial, pero esta vez, curiosamente, creemos encontrar algo más. No sólo por la sensualidad, ritmo y belleza que imponen las cotizadas actrices sino por la propia impronta de sueño o de viaje a lo desconocido que “Nine” se plantea, sabiéndose un producto ambicioso y, si se quiere, desmedido. Donde la influencia de Broadway y de los propios musicales de Hollywood (pensemos, para el caso, en las inolvidables coreografías de Busby Berkeley) terminan por imponerse y emocionar al espectador. Es ese el objetivo de “Nine”, nada modesto ni limitado.

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