domingo, 4 de noviembre de 2007

Nacho Artime, en escena El productor luanquín, con cincuenta espectáculos en su haber, aterriza en casa para recibir muestras de «aprecio y respeto» y

El productor luanquín, con cincuenta espectáculos en su haber, aterriza en casa para recibir
Hay veces en que no sabe uno dónde se mete y, sin embargo, acierta plenamente. El periodista Nacho Artime llegó al teatro sin buscarlo. Venía del efervescente Londres de los años sesenta, se encontró a Azpilicueta en la radio y allí nació una sociedad. Azpilicueta ponía los conocimientos teatrales y Nacho el inglés, en una época en la que hablar idiomas extranjeros suponía en este país una segunda confirmación. Artime, luanquín de cuerpo y alma, puede considerarse en estos momentos, después de una dilatada trayectoria profesional de 35 años, un hombre marcado a hierro y fuego por el teatro, donde lo ha hecho prácticamente todo, hasta el punto de haber estrenado cincuenta funciones, entre ellas los espectáculos musicales de mayor éxito de la reciente historia de España: «Jesucristo Superstar», «Evita», «El hombre de La Mancha», «My Fair Lady», etcétera. Con «La brisa de la vida», del inglés David Hare, pasó a ser productor en solitario, tras reunir en el mismo montaje a Nuria Espert y Amparo Rivelles, bajo la dirección de Lluis Pasqual. Casi nada. Y, por si no fuera suficiente, no hace mucho debutó como actor en la Casa de Cultura de su queridísimo Luanco con un «solo play» («Yo soy mi propia esposa»). -Ahora entiendo mejor a los actores. A partir de este momento me portaré bien con ellos. Artime, no siendo un asturiano cualquiera, es uno de tantos asturianos que van por el mundo presumiendo de serlo. Toni Fidalgo, amigo común, lo llama la fuerza telúrica. Asturias, patria querida. -La puñetera asturianía no es un tópico. Me doy cuenta de que todos los asturianos hablamos de nuestra tierra y cuando podemos nos reunimos fuera de ella para celebrarla. Hay un vínculo especial. En el caso de Nacho Artime se da la circunstancia, además, de que se siente profeta en su tierra. Hace tan sólo unos días recibió en Candás la «Lira de oro», premio que entrega la banda de música de la localidad. Dada la rivalidad cordial que existe entre Candás y Luanco, un paisano le dijo: «No irás a recogerlo, ¿verdad?». Pero Nacho no sólo fue a recibir la distinción, sino que aprovechó oportunamente el momento para ensalzar los lazos que unen a las comunidades del Cabo Peñas. Artime es un tío muy listo. -En mi tierra me aprecian y respetan. Fíjate si me quieren y el respeto que me tienen que me dan premios en mi propia casa. Nacho Artime juega bien con todos los palos de la baraja. Entra a todos los trapos. Se puede hablar con él de cualquier cosa. Ácrata, ingenioso, culto, brillante, lo mismo se engancha a una conversación sobre cine que se encabrona con la política, los asuntos de su pueblo y del vecino, o recuerda con todo lujo de detalles aquellos legendarios años del «Gran Musical», de Tomás Martín Blanco, con Joaquín Luqui, Julián Ruiz, él mismo en la dirección de un periódico que nació al estilo del «Melody Maker» o del «New Musical Express». Reminiscencias del «swinging London». Aquellos de entonces fueron quince años de revolución radiofónica. Nacho estaba en la cresta del hit parade. Top of the pops. De nuevo, el «swinging London». Ahora bien, el teatro es el teatro. Nacho Artime llegó a contar, al mismo tiempo, con cinco obras en cartel, todas ellas de gran repercusión: «Sé infiel y no mires con quien», «Jesucristo Superstar», «Los chicos de la banda», «El año que viene a la misma hora» y una quinta que no recuerdo. Por ejemplo, «Sé infiel y no mires con quien», permaneció nada menos que trece años de éxito ininterrumpido en la cartelera madrileña, con Pedro Osinaga. ¿Qué aficionado no se acuerda de Osinaga? Pero lo mismo que hubo éxitos, también fracasos. Artime recuerda, por ejemplo, el de «A chorus line», un musical que obtuvo récords de taquilla en Broadway y en el West End londinense, y que, sin embargo, no recibió en España el respaldo de los espectadores. -No sé que ocurrió. ¿Los actores? No me lo explico. Quizás en estos momentos hubiésemos encontrado un reparto adecuado para «A chorus line». A Artime le han preguntado en más de una ocasión por qué se fija siempre en lo de afuera y nunca en lo de casa cuando se trata de elegir un texto, un espectáculo. -Siempre he sido muy exigente conmigo mismo. Yo podría haber escrito cosas, pero soy un pasmado. Cuando he intentado escribir algo para el teatro me he dado cuenta inmediatamente de que siempre hay algo mejor por ahí. Otros en este país que no tienen la misma exigencia. Y así nos va. El caso de Nacho Artime, insisto, es el de un hombre apegado a sus raíces. Ahora se está haciendo una casita, como él dice, en San Jorge de Heres. Cada vez que vuelve a Luanco se mete en algo nuevo: su «teatro del mar», la idea del Auditorio. Es un hiperactivo incurable. -Luanco está estupendo. Ha dado un cambio fenomenal. Si queremos el progreso tenemos que admitir las casas. Ahora bien, el casco histórico está perfectamente definido y es intocable. El productor teatral luanquín refuta a quienes insisten en la degradación urbanística de la villa marinera. -Nada. Lo que hace falta es construir un auditorio y el golf. Luanco, Londres, Nueva York, Madrid son las escalas del devenir de Nacho Artime. Las temporadas en la capital británica, la Tate, la National Gallery, compras en New Bond Street, Jermyn Street, el Soho, dos veces al día al teatro: matiné y tarde. En Nueva York, Broadway y el Village. La ciudad que no cierra. «Quiero despertarme en la ciudad que nunca duerme», recuerda parafraseando. Y vuelta al trabajo. Nacho Artime es un currante de marca. Soñando en lo que puede hacer -el montaje de una obra de Woody Allen, «Central Park West», que en la versión española será «Adulterio»- y en lo que no puede, como es el caso de «Starmanía», un musical francés imposible por un problema de derechos. Le pregunto, a pitón pasado, por el combinado Espert-Rivelles que tanta expectación levantó al tratarse de dos divas sobre un mismo escenario. -Se llevan perfectamente. El éxito es una mezcla de todo. Si no tienes un buen texto, no hay actrices. Si no tienes buenas actrices, no hay buen director. Y si no tienes todo esto, no hay dinero. La cultura tiene el color de los billetes de cien euros. -Vale.

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